21 de Junio, tarde de Sol, de pájaros cantando y de alguna
que otra nube despistada en medio de la nada. Ella paseaba sola, descalza. Sus
pies se dejaban acariciar por la fresca hierba de la mañana mientras pisaba y deshacía
las gotas restantes que habían permanecido tras la lluvia de anoche. De una de
sus manos, trazando una especie de camino, se dejaban caer trozos de alguna
foto que hace poco adoró, pero que ahora formará parte del olvido. Mientras que
de la otra colgaban sin entusiasmo el par de zapatos mordidos, destrozados y
desgastados, de los que el causante había sido testigo de tantos momentos
vividos. Andaba dirigiéndose a un olivo solitario, tan solitario como ella en
esos momentos. Se sentó y ahí permaneció largo rato, con la mirada perdida y el
semblante serio. A veces sonreía, otras veces lloraba, y alguna que otra vez
fruncía el ceño, pero fugazmente. Entretanto, se levantó una pequeña ráfaga de
viento, lo que le hizo salir de su ensimismamiento y darse cuenta de que el dia le estaba dando el relevo a la noche. Se puso los roídos zapatos y, justo en el
momento en que posó las manos sobre el suelo para levantarse, el aire había dejado
frente a ella los trozos de la fotografía, una fotografía perdida en el tiempo.
Arrepentida por lo que había hecho y con los ojos brillosos, empezó a recomponer
la imagen. En ella aparecía junto a él, su amigo, su hermano, su perro. Con el
pelo largo, las orejas caídas y un hocico que le hacía parecer siempre
sonriente. Con la nostalgia recorriéndole todo el cuerpo, deshizo la
composición y lo metió todo en el bolsillo. Miró hacia el cielo nocturno.
Multitud de estrellas lo invadían, pero tan sólo le llamaba la atención la que más
luz emitía...
Ella sabía que era él.