El tiempo transcurre
sin apenas darnos cuenta. Por cada milésima de segundo que pasa todo va envejeciendo
y perdiendo (o ganando) valor, de tal forma que nada vuelve a ser lo mismo que
antes. Como aquel pájaro que acaba de perder una pluma cruzando el cielo o como
ese árbol que simplemente ondea sus ramas y hojas al viento. Sin embargo,
percibimos que el tiempo ha pasado cuando ha pasado el tiempo suficiente para
darnos cuenta de ello.
El tiempo es
una de las cosas inevitables que nos da la vida y, aunque fluya del mismo modo
para todos, es el único capaz de hacer interminable una hora a una persona e
increíblemente efímero a otra. Su explicación es sencilla: todo depende de cómo
pasemos el tiempo. Si durante esa hora la primera persona ha permanecido sentada,
sin levantarse, lógicamente tendrá la sensación de que el tiempo ha
transcurrido más lentamente que para la segunda, la cual estaba de copas con
los amigos.
Mientras
lees esto hay gente que está comprando o pidiendo en la calle, trabajando o
buscando trabajo, paseando sola o con sus hijos, durmiendo o levantándose de la
cama, comiendo o buscando algo que llevarse a la boca. El tiempo pasa, fluye,
transcurre, paulatina y vertiginosamente.