sábado, 18 de abril de 2015

El tiempo


El tiempo transcurre sin apenas darnos cuenta. Por cada milésima de segundo que pasa todo va envejeciendo y perdiendo (o ganando) valor, de tal forma que nada vuelve a ser lo mismo que antes. Como aquel pájaro que acaba de perder una pluma cruzando el cielo o como ese árbol que simplemente ondea sus ramas y hojas al viento. Sin embargo, percibimos que el tiempo ha pasado cuando ha pasado el tiempo suficiente para darnos cuenta de ello. 

El tiempo es una de las cosas inevitables que nos da la vida y, aunque fluya del mismo modo para todos, es el único capaz de hacer interminable una hora a una persona e increíblemente efímero a otra. Su explicación es sencilla: todo depende de cómo pasemos el tiempo. Si durante esa hora la primera persona ha permanecido sentada, sin levantarse, lógicamente tendrá la sensación de que el tiempo ha transcurrido más lentamente que para la segunda, la cual estaba de copas con los amigos.

Con el tiempo aprendemos a vivir gracias a las experiencias, que definen nuestra persona. Como nadie vive las mismas experiencias cada uno percibe la vida desde perspectivas diferentes. Podemos encontrarnos con personas que sintamos que perciben la vida “igual” que nosotros, pero ese “igual” es falso. Siempre habrá detalles que marquen la diferencia y hagan que no haya dos iguales. De esta forma, llegamos a inferir que el tiempo está muy estrechamente ligado a la vida. Sin él, la vida no sería posible, el mundo se paralizaría y, por tanto, todo conservaría siempre el mismo estado, nunca variaría y evidentemente, las experiencias no existirían.

Mientras lees esto hay gente que está comprando o pidiendo en la calle, trabajando o buscando trabajo, paseando sola o con sus hijos, durmiendo o levantándose de la cama, comiendo o buscando algo que llevarse a la boca. El tiempo pasa, fluye, transcurre, paulatina y vertiginosamente.
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