Hay algo que
no entiendo. No entiendo por qué en las Fashion Weeks y, en concreto, en los
desfiles, hay filas de invitados mirándolo a través de la pantalla del móvil
cuando pueden disfrutar del momento en persona, observando las diferentes
tonalidades de las prendas, percibiendo el movimiento de ellas por cada paso
que da la modelo y apreciando la delicadeza del tejido, porque esos son
detalles simples, pero bonitos, son detalles que revelan la exquisita calidad
de las prendas, detalles que una cámara o un simple vídeo no pueden captar.
Siempre me
fijo en la primera fila, que es la que más suele llamar la atención, bien por
su proximidad a la pasarela o bien porque en ella suelen encontrarse las
personas más importantes de la industria de la moda, y distingo a un conjunto de
asistentes de entre los cuales la mayoría se encuentra con la cabeza gacha y
escribiendo o posteando en Instagram. Otros prefieren contemplar el espectáculo a través
del aparato como si lo estuvieran viendo online desde sus casas y, unos pocos, se
hallan con las manos vacías sobre las piernas mirando de arriba abajo toda la
colección o con un bolígrafo en la mano haciendo anotaciones en sus libretas.
A mí me
encanta la fotografía, me gusta capturar los instantes y conservarlos como
recuerdos, por lo que no considero mal hacer fotos a algún look o hacer algún
vídeo, repito, algún. Ver un desfile en vivo y en directo es un momento único,
un privilegio, y a veces, me da la impresión de que muchos invitados no saben valorar
la suerte que tienen. No sé cómo se sentirán los diseñadores con esa actitud
pero, si yo lo fuera, adivinad mi reacción.