El ambiente
se caldea suavemente, sin llegar a fundir los termómetros. La gran nube se
separa y divide su imponente forma en minúsculas nubes blancas repartidas por
todo el cielo, acompañando al sol. Este lanza con orgullo cientos de rayos que
previamente salían tan tímidamente, y el potente tono dorado que conservan se
deshace al toparse con cualquier cosa, para convertirse en una fina capa
radiante que intensifica la belleza de todo aquello que le rodea. Las flores
mudan su anterior palidez a una variada gama de colores vivos que cubren por
completo los campos, transformándolos en mares sólidos, donde el aire
contribuye moviendo cada pétalo simulando el característico oleaje. Su aroma se
desliza en el interior de las casas, recorre
calles y lugares recónditos, con el propósito de recordar a niños que juegan y corren
tras la pelota, personas que duermen tumbados en la hierba con la gorra en la
cabeza, que pasan el rato en buena compañía sentados en la terraza del bar de al
lado, personas que salen a correr para comenzar a ponerse en forma o para
continuar, o simplemente que pasean para aprovechar un día tan agradable, la llegada de la primavera.
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