lunes, 13 de febrero de 2017

Un recuerdo




21 de Junio, tarde de Sol, de pájaros cantando y de alguna que otra nube despistada en medio de la nada. Ella paseaba sola, descalza. Sus pies se dejaban acariciar por la fresca hierba de la mañana mientras pisaba y deshacía las gotas restantes que habían permanecido tras la lluvia de anoche. De una de sus manos, trazando una especie de camino, se dejaban caer trozos de alguna foto que hace poco adoró, pero que ahora formará parte del olvido. Mientras que de la otra colgaban sin entusiasmo el par de zapatos mordidos, destrozados y desgastados, de los que el causante había sido testigo de tantos momentos vividos. Andaba dirigiéndose a un olivo solitario, tan solitario como ella en esos momentos. Se sentó y ahí permaneció largo rato, con la mirada perdida y el semblante serio. A veces sonreía, otras veces lloraba, y alguna que otra vez fruncía el ceño, pero fugazmente. Entretanto, se levantó una pequeña ráfaga de viento, lo que le hizo salir de su ensimismamiento y darse cuenta de que el dia le estaba dando el relevo a la noche. Se puso los roídos zapatos y, justo en el momento en que posó las manos sobre el suelo para levantarse, el aire había dejado frente a ella los trozos de la fotografía, una fotografía perdida en el tiempo. Arrepentida por lo que había hecho y con los ojos brillosos, empezó a recomponer la imagen. En ella aparecía junto a él, su amigo, su hermano, su perro. Con el pelo largo, las orejas caídas y un hocico que le hacía parecer siempre sonriente. Con la nostalgia recorriéndole todo el cuerpo, deshizo la composición y lo metió todo en el bolsillo. Miró hacia el cielo nocturno. Multitud de estrellas lo invadían, pero tan sólo le llamaba la atención la que más luz emitía...
Ella sabía que era él.

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